Alfred Olvidado vive solo. Bueno, en teoría no vive solo, pero casi. Lleva tanto tiempo sin hablar con nadie que no está seguro ni de llamarse Alfred. Su madre le abandonó cuando era tan pequeño que no la recuerda, y su padre lleva más de un mes fuera de casa por trabajo. Y esta vez se ha olvidado de comprar comida o dejarle dinero, así que parece que esta noche toca cenar un biscote y medio pepinillo. Otra vez.

Cuando una visitante misteriosa le deja un periódico y una manzana en la puerta, Alfred decide seguirla, y así conoce a Amanda, que tiene una capacidad asombrosa: puede escuchar los suspiros de los niños olvidados. En su casa, un refugio en el bosque rodeado de manzanos, Alfred descubrirá un antiguo transmisor y fundará Radio Popov, un programa de radio con el que tratará de ayudar a que otros niños como él se sientan menos solos.

Ganadora del Premio Finlandia Junior 2020, Radio Popov y los niños olvidados es una novela con raíces clásicas, pero planteamiento muy original. Anja Portin hace un homenaje explícito a todas las historias de niños huérfanos y found family que conocemos, desde Harry Potter a Oliver Twist, y las reviste de cierta magia cotidiana y humor entrañable. Además, las ilustraciones en blanco y negro de Miila Westin, tanto en la cubierta como en el interior, nos permiten ver el Confín del Mundo, es decir, la casa de Amanda, y las caras de los niños olvidados.

La novela, narrada en primera persona, mantiene un tono bastante inocente que corresponde a los doce años que tiene Alfred, su protagonista, un niño con miedo al abandono y que apenas se ha relacionado con nadie. Sin embargo, este tono cambia radicalmente cuando se narran, a veces de manera explícita y otras solo insinuada, y normalmente en boca de Amanda, las situaciones terribles por las que los niños han pasado para haber sido olvidados, y lo importante que es para ellos Radio Popov. La autora no se limita a hablar de la importancia de la amistad y la ayuda mutua, sino también de algo a lo que quizá estemos menos acostumbrados, y que debemos recordar a cualquier edad: lo importante que es el amor por el conocimiento, por tenerlo y compartirlo, y el valor de la curiosidad como manera de mantener la esperanza.