Durante el apogeo de la época rosista, recibida entre matarifes y federales, arriba al puerto de Santa María de los Buenos Aires una embarcación que, luego de atravesar el Atlántico, se encontrará con aquel nuevo mundo rioplatense de la segunda mitad del siglo XIX. Uno de sus pasajeros, un ser barbado, eterno y mimético, escapará de su destino de atracción de feria para internarse en las pampas y conocer, entre varios personajes, a quien será su amado y patrón.
Incapaz de envejecer, aunque inseguro de su inmortalidad, el protagonista narra su paso por tiempos, mitologías y ciudades hasta su llegada a la naciente Argentina y su encuentro con el verdadero destinatario de todas sus memorias. Que el redactor sea una curiosidad de feria, que venga de Inglaterra, que en el transcurso de su historia conozca a Juan Manuel de Rosas, a Mariquita Sánchez de Thompson, a Domingo Faustino Sarmiento –en suma, que atraviese parte de la historia argentina–, que tenga la capacidad de mimetizarse, que aprenda lenguas, que sea inmortal… Necesitamos de esas invenciones y atributos para que la novela se despliegue y el castellano dulce, mutante, precioso nos haga conocer de primera mano la Historia del auténtico niño barbado de la China, de su hermoso, duro y melancólico destino –que es también el de la segunda mitad del siglo XIX argentino– convertido en novela total.