El jardín exige, a su jardinera verlo morir. Demanda su mano que recorte y modifique la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros bajo la noche helada. El jardín mata y pide ser muerto para ser jardín. Metáfora del mundo, del mundo interior, de la patria, compromiso extremo entre retórica y ética, los poemas que constituyen El jardín articulan el lenguaje maduro de una instancia poética que aúna el rigor de la Historia y la satinada flexibilidad del Sueño. Sueño primero o realidad última, entramos al territorio de lo imposible, con los pies bien asentados en la tierra, prestando atención a lo que crece, que mata y hace crecer, y a lo que muere, que desaparece y hace crecer. Aquí convive el mundo material con mundos avasallados por la velocidad y el fulgor del presente, con otros mundos iluminados por la convicción de su propia inminencia, con el mundo de una visión poética que transmuta la apariencia en lo que es: pétalos, terrones, especies y ramitas: belleza, transfiguración y polvo, vuelta a empezar. Repetir para “otorgar consistencia”, invocar como en un mantram lo que no se ve y se ve, lo que fue por lo que es, lo que será por ley y por destitución de esa misma ley. Ver y verse en el mismo concierto: el microcosmos del jardín, el microcosmos de la biografía; tener y dejarse tener, hacer y que las palabras sean.

El jardín - Diana Bellessi

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El jardín exige, a su jardinera verlo morir. Demanda su mano que recorte y modifique la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros bajo la noche helada. El jardín mata y pide ser muerto para ser jardín. Metáfora del mundo, del mundo interior, de la patria, compromiso extremo entre retórica y ética, los poemas que constituyen El jardín articulan el lenguaje maduro de una instancia poética que aúna el rigor de la Historia y la satinada flexibilidad del Sueño. Sueño primero o realidad última, entramos al territorio de lo imposible, con los pies bien asentados en la tierra, prestando atención a lo que crece, que mata y hace crecer, y a lo que muere, que desaparece y hace crecer. Aquí convive el mundo material con mundos avasallados por la velocidad y el fulgor del presente, con otros mundos iluminados por la convicción de su propia inminencia, con el mundo de una visión poética que transmuta la apariencia en lo que es: pétalos, terrones, especies y ramitas: belleza, transfiguración y polvo, vuelta a empezar. Repetir para “otorgar consistencia”, invocar como en un mantram lo que no se ve y se ve, lo que fue por lo que es, lo que será por ley y por destitución de esa misma ley. Ver y verse en el mismo concierto: el microcosmos del jardín, el microcosmos de la biografía; tener y dejarse tener, hacer y que las palabras sean.