Cuentos completos, un libro que reúne por primera vez en un solo volumen todos los cuentos de Diego Angelino, con prólogo de Martín Kohan, textos de contratapa de Selva Almada, Jorge Consiglio y Alejandra Kamiya y un anexo que contiene cartas de Victoria Ocampo dirigidas a Angelino en versión facsimilar y fotos emblemáticas del autor.
Los veinte relatos que componen el libro fueron escritos entre comienzos de los años setenta y la segunda década de los dos mil, y recibieron elogios y premios por parte de jurados compuestos por Onetti, Cortázar, Walsh, Borges y Bioy Casares, entre otrxs.
En ellos, Angelino despliega un universo tan fascinante y vivo como sombrío. Construye un territorio mítico: Campo del Banco. Y hace circular por él a personajes complejos, oscuros, entrañables, que reaparecen de un cuento a otro –los Frutos, el menor de los Álvarez, el Linye, la viuda de Ruiz–; si en una historia se menciona un nombre al pasar, en otra este cobra protagonismo. Así, va delineando un espacio que recuerda a la Santa María de Onetti o, más acá, a la trilogía pampeana de Hernán Ronsino. "Son lugares –escribe Martín Kohan en el prólogo– que a Angelino le importan, más que por su condición de tales (paisajes, geografías, regiones), por su poder de suscitar un tiempo (y no uno, sino varios) [...] Ese tiempo largo y lento que Angelino sabe desprender de los espacios, como si fuese su emanación o su secreto, acerca su literatura a la verdad esencial de las esperas, de la quietud, de la soledad. No son cuentos en los que nada pasa: pasan cosas, y a menudo terribles; ni son cuentos de personajes apagados de apatía: incluso en el apocamiento, algo tienen de desaforados".

“No se trata de contar una historia. Bastaría con decir: ya no hay música en Campo del Banco. No hay más música que los ladridos nocturnos cuando se los escucha desde lejos, que igualmente siguen siendo voces, doloridas voces de los perros que ni con la luna pueden aprender a cantar. O el canto de las palomas de la siesta, que tampoco es música y únicamente sirve para asustar a los niños. Después hay otros ruidos, el canto de los pájaros, el vuelo de los insectos, el viaje del viento sobre los pastos y por entre los árboles. Sonidos, nada más, sonidos inseparables entre sí y que sumados forman la voz del campo. Porque el campo tiene voz, pero no tiene música”. (“Como en un cuento”, p. 49)

Cuentos completos - Diego Angelino

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Cuentos completos, un libro que reúne por primera vez en un solo volumen todos los cuentos de Diego Angelino, con prólogo de Martín Kohan, textos de contratapa de Selva Almada, Jorge Consiglio y Alejandra Kamiya y un anexo que contiene cartas de Victoria Ocampo dirigidas a Angelino en versión facsimilar y fotos emblemáticas del autor.
Los veinte relatos que componen el libro fueron escritos entre comienzos de los años setenta y la segunda década de los dos mil, y recibieron elogios y premios por parte de jurados compuestos por Onetti, Cortázar, Walsh, Borges y Bioy Casares, entre otrxs.
En ellos, Angelino despliega un universo tan fascinante y vivo como sombrío. Construye un territorio mítico: Campo del Banco. Y hace circular por él a personajes complejos, oscuros, entrañables, que reaparecen de un cuento a otro –los Frutos, el menor de los Álvarez, el Linye, la viuda de Ruiz–; si en una historia se menciona un nombre al pasar, en otra este cobra protagonismo. Así, va delineando un espacio que recuerda a la Santa María de Onetti o, más acá, a la trilogía pampeana de Hernán Ronsino. "Son lugares –escribe Martín Kohan en el prólogo– que a Angelino le importan, más que por su condición de tales (paisajes, geografías, regiones), por su poder de suscitar un tiempo (y no uno, sino varios) [...] Ese tiempo largo y lento que Angelino sabe desprender de los espacios, como si fuese su emanación o su secreto, acerca su literatura a la verdad esencial de las esperas, de la quietud, de la soledad. No son cuentos en los que nada pasa: pasan cosas, y a menudo terribles; ni son cuentos de personajes apagados de apatía: incluso en el apocamiento, algo tienen de desaforados".

“No se trata de contar una historia. Bastaría con decir: ya no hay música en Campo del Banco. No hay más música que los ladridos nocturnos cuando se los escucha desde lejos, que igualmente siguen siendo voces, doloridas voces de los perros que ni con la luna pueden aprender a cantar. O el canto de las palomas de la siesta, que tampoco es música y únicamente sirve para asustar a los niños. Después hay otros ruidos, el canto de los pájaros, el vuelo de los insectos, el viaje del viento sobre los pastos y por entre los árboles. Sonidos, nada más, sonidos inseparables entre sí y que sumados forman la voz del campo. Porque el campo tiene voz, pero no tiene música”. (“Como en un cuento”, p. 49)